jueves, 11 de febrero de 2016

"El que te alimenta, te controla" por Marta Navarro

Desde que parí la idea de este blog, tenía muchas ganas de dejar caer por aquí este relato, que es uno de los momentos de lectura que más me ha impactado, así que no voy a tardar más en hacerlo. El mismo es obra de mi querida y admirada amiga y compañera Marta Navarro García (@martanomada), poeta, escritora, bloguera y gran activista por los derechos de los animales. Por cierto tenéis enlazado su blog Entre nómadas en la barra derecha de mi blog, por si os animáis a seguirlo, os aseguro que os encantará.

A ella le debo y deberé siempre mil disculpas dado que cuando descubrí este escrito, supongo que cuando vió la luz hace un par de Navidades, no identifiqué que ella era la autora, malinterpreté que el autor era el dueño de la cita que le da título ("El que te alimenta te controla", Thomas Sankara) pero no que ella era la autora del texto, por omisión del dato en la fuente donde lo descubrí, y así lo tuve publicado en mi facebook durante un año nada menos, hasta que mi querida y no menos admirada Ruth Toledano me sacó de mi error y confusión gratamente, y así pude corregir. Porque qué menos que darle autoría de un texto tan colosal y que tanto ha calado en mi, a su legítima dueña.

Querida Marta, a título individual, gracias por esta obra y gracias por tu compromiso por los sin voz. A título colectivo, toda mi admiración y agradecimiento de parte de los sin voz a tod@s l@s que hacéis nuestro querido El Caballo de Nietzsche, que como much@s sabéis, se ha convertido en justicia en el blog más viral de referencia en nuestro país por la defensa de los derechos de los animales no humanos. Por cierto, no os perdáis su última entrada, Cuando los ganaderos se convierten en veganos, otro estupendo texto una vez más, esta vez de nuestra querida amiga y compañera Lucia Arana.


"El que te alimenta, te controla"

Cita: Thomas Sankara

Relato: Marta Navarro


En los mataderos siempre es invierno. Como copos de nieve que se estrellan contra el mármol van desfilando en silencio los animales. Decenas de pedidos se acumulan sobre la mesa. Supermercados, comidas benéficas, de navidad y una cena mitin para más de trescientas personas a la que abastecerán en unas horas. Todo tiene que estar perfecto. La sala está repleta de hombres y mujeres que aplauden la llegada del líder y su comitiva. Hay un rumor de banderas honestas ondeando el escenario y las mesas de los comensales.

El carismático líder habla despacio, pero con firmeza. Exige acabar con la pobreza. Reivindica el lenguaje del trigo y de la ética, habla de respeto, de la empatía hacia el otro, de las injusticias que hay que combatir. Y mientras dibuja un mundo libre de crueldad, apura el último bocado de carne y pide un par de costillas con patatas. ¿Es lechal, verdad? Sí, le aseguran.



Su comida nació hace mes y medio. Ha permanecido junto a su madre seis semanas, es un glotón que adora mamar. El día que lo separaron de ella gritó desesperado durante todo el traslado en el camión. Llegó a una sala fría y oscura junto a decenas de corderos pascales que llevaban un número y una fecha de sacrificio marcados sobre el cuerpo. La empresa calculó que la comida del carismático líder y sus compañeros estaba lista, pesaba siete kilos, el peso óptimo para el mercado, para ser consumido. Camino del matadero tuvo frío, hambre, miedo, pero también curiosidad. Hasta que sintió un golpe seco, allí acabó todo. Una vez despiezado, la comida del carismático líder realizará el viaje más largo de su vida, mejor dicho, de su muerte. En ese viaje hasta la ciudad no podrá ver el campo, los árboles, las flores del camino, tampoco podrá escuchar el chapoteo del agua de la fuente, todo aquello que estaba tan cerca y que nunca pudo sentir, oler, tocar.

Las bandejas de plástico borran toda huella de crueldad, lo hacen aséptico, es carne de un animal, mejor dicho, de una cría de animal, pero podría ser pan, pasteles o lechugas. El supermercado es un lugar donde existe el consumo, no el dolor. No hay memoria en un supermercado, nunca hay preguntas, salvo sobre las ofertas del día.

Al cabo de unas horas su carne tierna e infantil llega al plato del carismático líder, junto a un puñado de patatas y de hierbas aromáticas. En la sala, llena de jóvenes revolucionarios y expertos, hombres y mujeres de impecable historial de libertades siguen comiendo y defendiendo una lucha certera contra las injusticias, una renovación de la lucha de clases en el siglo XXI. Las canciones y el vino animan el ambiente. Y mientras trenzan palabras en el aire, el líder hinca sus dientes sobre el blando lomo, chupa con disimulo las costillas y arranca con placer los trozos de carne unidos al tierno hueso.

Cuando termina, se levanta, alza su copa y exige junto a sus compañeros acabar con la explotación. Hay que plantarles cara a los explotadores, hay que ganar esta batalla, grita, y a veces no nos damos cuenta, no vemos lo que tenemos delante de nosotros. Le aplauden y él, agradecido, despliega su mejor sonrisa, aunque entre los dientes, la carne de otro esclavo ha sido engullida bajo promesas revolucionarias, bajo palabras como igualdad, explotación y libertad. La revolución empezará mañana, dicen, pero esa… esa es otra historia.

En los mataderos siempre es invierno. En los mataderos siempre es infierno.

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